FELICIDAD SIEMPRE

 

FELICIDAD. HOY, Y SIEMPRE!

«Esté presente» o «estés ausente», te deseo felicidad.

Te ocultes o me  muestre, me protejas o me exponga, te deseo felicidad.

Me veas, y apenas te «entrevea», confío en tus motivos, te deseo felicidad.

Agradezco eso benditos nudillos si llamaron a puertas por mí,

yo, con poco mimbre, quise hacer un recio cesto, uno en que te pudieses acunar

Que hoy toda la felicidad posible e imposible esté dentro de ti.

FELIZ CUMPLEAÑOS!

Un abrazo fuerte, un beso.

22-04-18

 

Me autoimpuse una omertá amorosa

porque atisbé francotiradores apuntando a mis ojalás,

quizá a los tuyos también.

Verdina serán en los tejados antes que ver mi sonrisa cerrada

si te veo feliz, se abre de par en par.

¿Un flanco abierto?  Qué mas da!

Peaje tras peaje como agonía divina.

No sé que verán cuando miran,

solo sé que si pudieran latir a mi compás

te sentirían en la noche oscura y en el despertar

Le puede faltar palabra al sentimiento pero no  aliento.

 

G.P.

 

 

Las palabras tristes que llevan la alegría de ser tuyas

Hasta tus palabras tristes me encandilan.
No por la tristeza,
sino porque si vienen de ti,
me alumbran, me guían,
portan tu luz en su grisura.

Las empapadas de alegría
si son tuyas,
también son el contento mío.
Son campanas doblando por el pasado.
La corneta que llama a olvido.
El arrasante viento que solo deja en pie
la veleta que señala mi anhelado camino:
tu bien.

Un no trepanador

Le recomendaron un no trepanador para acabar con lo que llamaban su ceguera, pero a lo largo del día acababa por espantarlo con sus mil síes que le revoloteaban alrededor de la cabeza.

Tenía la sensación de que el tiempo corriera de forma descompasada. Ella, que siempre llevó las muñecas desnudas, llevaba ahora dos relojes que parecieran enfrentados.

Como si uno, el que le susurraba que era demasiado tiempo, le retara con un: «¿cuánto aguantarás su silencio?, le marcara un no trepanador. Pero la paciencia, el querer latente, la ascuas que su palabra aviva, eran agujas que detendrían cualquier reloj, y siempre se paraba en la certeza menos cuarto.
El otro, con manecilla de ganas calladas, le alentaba a ver más allá de la esfera, a fijarse en la maquinaria.

El tercero, el soñado, el sincrónico de un campanario.

 

G.P.

Remendando

A veces, en estos instantes, me siento una «canción» que desafina. Por no haber usado algún verbo en todos sus tiempos (quería= quiero, y probablemente querré). Por escribir sin borrador, ni ningún parapeto, las palabras que siento su significado (pequeña= querida) pero no la interpretación que le pudieras dar.
Cómo no querer cargar tu mochila, y liberarte de esfuerzo?

Otras, una canción que atina, si el olvido (pensé que, quizá, eso querrías) se planta ante mí para que te vea como póster de marquesina, y sonriendo lo rechazo. Nunca fuiste para mí
«belleza» hueca, ni vacía, sino una del tipo que conmueve aún en la lejanía, que atraviesa dudas y se fija.

Incluso sin palabras, y haciendo un corredor de mi oído izquierdo al derecho para las del resto, te regalé/o mi biempensarte, a pesar de alguna bruma. Biempensé -aunque doliera- tu comprensible desencanto, si confundiste mi no saber qué hacer con desidia mental o emocional. Te biempensé al tener fe en que entenderías que aunque alguna palabra quizá sonara a reproche, espero que no, o a despedida, solo tuve/tengo «Bienvenidas» para ti. Te biempensé al no desesperanzarme en tu bien. Y de todos mis sueños, nunca te dije el mas querido, verse curvar tu espalda y peinar tus canas.

Y aun veo con ojos de «niño», porque todavía me asombra lo bello de la vida, su desperezarse en primavera, y si me miro te reconozco.

Un abrazo

Día de la Poesía (II)

“No solo quería el peso de tu cabeza en mi hombro,

también la carga de tu mochila, pequeña atlas.

Portabas un mundo, hecho a medias.

Yo, un dubitativo milagro, como brizna en la palma de la mano.

Guardián del azote del incesante viento,

no alivié tu espalda.

Tú, guardián de mi pie sin paso,

si no te veía clara,

te fuiste gritando silencios por si escuchaba.

Aún hoy, te asocio a lo que en mí hay de bueno.

Al despertar de la vida, con todo su estruendo,

porque descubrí que intentar olvidar lo bello

tiene algo de lento suicido de un sueño.”

G.P.

Día de la Poesía (I)

No suelo llegar tarde, aunque quizá sí, cuando no me esperan. Hablo para oídos que quizá no me escuchen, y ojos que tal vez no lean.
Pero como todavía es el día de la poesía, en algunos lugares, estoy a tiempo de rendirle un pequeño tributo a quien hizo brotarla en mí. Poniendo mas fe en su «presencia» que en siete evangelios -era ella revolviendo entre mis cosas cuando las sentía más mías-, y aunque su honda ausencia me hizo abandonar los folios, como quien pliega velas, vi que intentar olvidar lo bello tiene algo de suicido lento de un sueño:

Borrador de «Recreando a los clásicos»

«Oí 100 tamborileros cuyas manos ardían, oí diez mil susurros y nadie escuchando, oí a una persona morir de hambre, oí a mucha gente reír, oí la canción de un poeta que moría en la cuneta»

 Bob Dylan.

                                                                                  

Y todo eso, en estos días, multiplicado a una desalmada enésima potencia, quizás diría:

 

“Me quedé sordo de tanto susurro,

 ciego al ver los tamborileros apenas con muñones,

 y al hambre comerse a las personas.

Mientras, una sola canción resucitada

funde la sonrisa congelada del poeta

que aún vela la cuneta olvidada.”

 

 

Extracto 1

 

Al decirle adiós las piernas no le obedecieron. No querían moverse de allí, como si le acabasen de quitar unas escayolas invisibles y las articulaciones estuviesen rezongonas. Cuando por fin echaron a andar fue como si lo hiciesen por vez primera, los pasos desacompasados. Recordó tener más coordinación cuando gateaba.

En el camino de regreso, desconcertado por las piernas rebeldes, y apenado por no poder haber charlado con ella, ni estrecharla en un abrazo, dudó, si, quizá, debió esperar a que se fuesen los compañeros que la aguardaban para invitarla a tomar algo.

Intentó, cuando la alegría bajó la guardia, estar contento, en parte porque su situación era buena, pensó que ella querría eso, por antecedentes, aun el queriendo otra cosa.

Y ese incipiente bienestar quedó anulado por una tristeza extraña, ajena a la propia, traída de otro lado, similar al frío helado y nuevo que se suma al que ya se siente cuando arrebujado dentro del chambergo volteas una esquina.

Esa tristeza es peor que la propia. La tristeza propia se asume, se conoce. Esa tristeza sobrevenida le resultó desoladora.  Ese pensar repentino, casi una certeza, sin motivo aparente, de que quien quería podía estar apenada o enojada, bajo ese manto de animosidad -igual que su alegría primera de verla cubierta de seriedad- como si hubiese producido un roto, un vacío, o duda, por su comportamiento o por otra circunstancia.

Una pena punzante y honda, distinta, no provocada por nada tangible, y sin saber cómo remediarla.

No le encontraba explicación, ella estaba allí charlando y conduciendo el evento animadamente con su gente.

Entonces se le figuró que tal vez sus tercas y leales piernas, sabían más que él mismo,  y así sólo respondían a lo que él realmente quería. Sapientes columnas asentadas en la parte de inconsciente.

Poco después se encontró con un concierto de música al aire libre que le amainó y despejó, y que le hizo confiar en que lo conociera lo bastante para saber porque había ido a verla.

 

20-7-2016

 

Tomó forma, primero, en cada átomo de mi pensamiento que reunió mi imaginación, cada vez que hablábamos, y que, más tarde, mi sentimiento mantuvo con ahínco natural  –también con algunos errores, presentía-  dentro de lo que, a cualquier otra persona, le habría parecido una locura.

Entré con sed, con esa sed tremenda le pregunté a la conserje de la entrada donde podría conseguir agua. Allí no vendían, me respondió.

Un sencillo diario de a bordo, de cómo llegué a ella, eso podría ser una manera. Ese hilo conductor, más allá de la voluntad de probar nada. Eso pensé mientras me acomodaba en la última butaca de la última fila. No alcanzaba a ver bien la expresión de su cara -las gafas en casa-, y aún con las enormes ganas de sonreírle, estaba en su trabajo con gente seria, y como no sé sonreírle a medias, ni siquiera a tres cuartas, una cara palo tomó mi faz, y bajo mi túnica de seriedad, nervios danzando.

Apaga ese segundo del minuto.

 

 

No condenes, negación tras negación,

a cien años de seriedad

-si hay dicha imperecedera-

a esta pobre mortal.

Cuando aún haces falta en el ocio,

en el trabajo, en la alegría,

y en el cansancio.

Si eres necesaria en el único segundo que te ausentas,

-ese en el que dudo, en que el vahído te destiñe –

de todos los minutos de las horas

del apaisado día en el que no estás.

Cuando aún eres la precisión en la palabra de la frase que no cuadra,

que mis ojos colocan, sin duda, al verte,

la que sobrepasa y hace el diccionario breve.

 

 

(Septiembre del 2015)

ATREVIÉNDOME A COMPLETAR A CLÁSICOS

Ya escribieron antes que nosotros. Ya escribieron mejor. Así que sólo nos queda, a veces, el «completarlo», con lo que hubiésemos escrito nosotros si hubiésemos llegado antes a esas palabras, porque al sentimiento que llegamos varía poco.

Así que desde el respeto, ahí va un poema precioso del Nobel sueco T. Tranströmer

El metro 1

El metro 2

Semantólogo

La comunicación con ella andaba dañada, había enfermado. Primero pensó que era debido a un virus, luego a una indigestión por atracón -tal vez un exceso de palabras-, y más tarde lo achacó a un lenguaje anoréxico.

Finalmente, como aún creía en ella, y en las suyas como el mejor reconstituyente del que ahora no disponía,  se arregló rezongando y decidió ir al médico de las palabras.