Un no trepanador

Le recomendaron un no trepanador para acabar con lo que llamaban su ceguera, pero a lo largo del día acababa por espantarlo con sus mil síes que le revoloteaban alrededor de la cabeza.

Tenía la sensación de que el tiempo corriera de forma descompasada. Ella, que siempre llevó las muñecas desnudas, llevaba ahora dos relojes que parecieran enfrentados.

Como si uno, el que le susurraba que era demasiado tiempo, le retara con un: «¿cuánto aguantarás su silencio?, le marcara un no trepanador. Pero la paciencia, el querer latente, la ascuas que su palabra aviva, eran agujas que detendrían cualquier reloj, y siempre se paraba en la certeza menos cuarto.
El otro, con manecilla de ganas calladas, le alentaba a ver más allá de la esfera, a fijarse en la maquinaria.

El tercero, el soñado, el sincrónico de un campanario.

 

G.P.

Deja una respuesta